El hombre en busca de sentido I
No hay una regla universal, solo tensión interna y equilibrio
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[…] aun en las peores condiciones, nada en el mundo ayuda a sobrevivir como la conciencia de que la vida esconde un sentido.
Viktor Frankl fue psiquiatra, neurólogo y fundador de la logoterapia y del análisis existencial. En su libro, El hombre en busca de sentido, relata su experiencia personal en un campo de concentración. No solo describe los hechos que sucedieron, también analiza cómo esta vivencia afectaba a la mente de los prisioneros, que poco a poco iban dividiéndose entre aquellos capaces en encontrar sentido a la vida en tan nefastas circunstancias y aquellos que no.
Durante todo el libro hay una búsqueda constante de equilibrio, una lucha entre extremos: entre imaginación y realidad, entre esperanza y decepción. Lo que es una fortaleza, se convierte en una debilidad y viceversa. La tensión y la adversidad no solamente no son un mal contra el que debamos resistirnos, sino que nos conducen en cierto modo al sentido de la vida.
El resultado es que no hay una regla universal que valga para cualquier situación. Tenemos que evaluar constantemente cuál es el punto medio en el que debemos situarnos para sacar el máximo partido a cada una de nuestras cualidades.
He dividido este resumen en dos ediciones, en esta primera hablaremos de:
Proyectar una ficción sobre la realidad
Los peligros de la esperanza
La adversidad como motor de crecimiento
1. Proyectar una ficción sobre la realidad
La imaginación es un buen ejemplo de cómo Viktor Frankl juega con el equilibrio, encontrando el punto adecuado para convertirla en una ventaja mientras para otros presos se vuelve un obstáculo.
Por un lado, el autor nos advierte de los peligros de desear lo que no se puede tener. Aislarse en la imaginación puede ser absorbente, pero si abusamos acabamos pagando un precio por ello. Cuanto más nos perdemos en paraísos ficticios más nos alejamos de la realidad con todo lo que ello conlleva, especialmente en un campo de concentración.
Algunos presos se refugiaban en el pasado para evadir la realidad que les tocaba vivir. El placer espontáneo tiene consecuencias a largo plazo, al perder la conexión con el mundo poco a poco entraban en un estado de apatía, perdiendo el sentido de la vida y dejando de esforzarse por oportunidades que garantizaban su supervivencia.
El hombre que se dejaba vencer por la ausencia de futuro ocupaba su mente con pensamientos retrospectivos. Ya me he referido a la tendencia a refugiarse en el pasado para apaciguar el horror del presente haciéndolo menos real. Pero despojar al presente de su realidad acarrea ciertos riesgos. Aplacado por esa irrealidad, el prisionero dejaba de realizar acciones positivas en el campo de concentración, y esas oportunidades eran reales, existían de verdad. Considerar la «vida provisional» como algo irreal constituía ya de por sí un factor primordial para que los prisioneros se desentendieran de su vida, ya que todo carecía de sentido.
Sin embargo, por otro lado, Viktor Frankl usa la imaginación en su favor, decidiendo de forma quirúrgica cuando aplicarla para salir de las constantes preocupaciones del presente, pero sin perder de vista el mundo real.
Hay dos diferencias entre este uso de la imaginación y el anterior.
Primero, distingue las preocupaciones importantes de las que no lo son. Como hemos comentado, hay preocupaciones que pueden asegurar la supervivencia de un preso, no queremos desentendernos de estas; en cambio, hay otras a las que el autor llama asuntos triviales, que no son relevantes pero aún así le causan intranquilidad (por ejemplo, decidir si debía cambiar un trozo de salchicha por un trozo de pan o un cigarrillo por un cuenco de sopa). En estos casos, usa la imaginación para distanciarse y salir de la constante inquietud.
La segunda diferencia es que en vez de usar su imaginación para evadir la realidad, mantiene un vínculo entre las dos. No suelta el presente completamente, sino que lo usa como el cimiento para construir una ficción sobre él.
Por ejemplo, ve su estancia en el campo de concentración como un laboratorio para el estudio del comportamiento humano. Se propone hacer una tesis sobre esa experiencia y usa su condición actual como una fuente de inspiración para sus descubrimientos científicos. Incluso se imagina presentando la tesis en un auditorio lleno de gente. Esto le da fuerzas para mantener una motivación sin desvincularse completamente de la realidad. Es capaz de abstraerse de la situación en la que se encuentra, pero no para huir, sino para verla desde un ángulo más positivo.
De repente me vi de pie en el estrado de un salón de conferencias bien iluminado, agradable y cálido. Había un atento auditorio, sentado en cómodas butacas tapizadas. ¡Daba una conferencia sobre la psicología de los campos de concentración! Al delimitar científicamente los hechos, lo que me oprimía cobraba relieve y una cierta perspectiva. Con ese método conseguía distanciarme de la situación y superar de algún modo el sufrimiento, contemplándolo como si ya hubiera sucedido. Mis problemas se transformaban en el objeto de un estudio psicocientífico que yo mismo estaba realizando. ¿Qué dice Spinoza?: «Affectus, qui passio est, desinit esse passio simulatque eius claram et distinctam formamus ideam» («El sentimiento que se convierte en sufrimiento deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa de él», Ética, 5.ª parte, proposición III).
2. Los peligros de la esperanza
Cuando aborda el tema de la esperanza, de nuevo, Viktor Frankl demuestra que no hay una respuesta clara: la esperanza no es buena ni mala. Tener esperanza puede ser peligroso cuando nuestras expectativas están puestas en una creencia sobre la que no tenemos control, ya que un solo evento nos puede arrebatar todo aquello en lo que habíamos confiado y hundirnos rápidamente.
El mejor ejemplo es el de un preso que soñó que el 30 de marzo serían liberados. Pero en la fecha señalada no sucedió nada y el 31 de marzo murió, según el autor, debido a la profunda decepción.
Quienes conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona —su valor y su esperanza, o la falta de ambos— y la capacidad de su sistema inmunológico comprenderán que la pérdida repentina de esperanza puede desencadenar un desenlace mortal. La causa principal de la muerte de mi amigo fue la profunda decepción que le produjo no ser liberado el día previsto. En consecuencia, la resistencia de su organismo y sus defensas se debilitaron, dejándolo a merced de la infección tifoidea latente. Su esperanza y la voluntad de vivir se paralizaron, y su cuerpo sucumbió a la enfermedad. Después de todo, la voz de su sueño se hizo realidad.
Aun así, el autor sí tiene esperanza; en cierto modo percibe la experiencia en el campo como una oportunidad de autorrealización. Como dice, esta actitud es una elección consciente. Es esta visión optimista la que le permite transformar un entorno tan terrible en una lucha de iguales: Él contra el campo.
[…] se podría afirmar que buena parte de los prisioneros creía que las verdaderas ocasiones de autorrealización ya habían pasado, cuando en realidad consistían precisamente en el desafío de elegir qué hacer de la vida en el Lager: convertir esa tremenda experiencia en una victoria, transformarla en un triunfo interior, o bien desdeñar la experiencia y limitarse a vegetar, como hicieron casi todos los prisioneros.
En el primer caso la esperanza del preso se sustenta en un evento externo, una salvación soñada sobre la que él no tiene ninguna influencia. Esta esperanza es débil ya que no podemos actuar sobre ella.
Viktor Frankl, en cambio, tiene esperanza sobre algo que está bajo su control, algo sobre lo que puede actuar y decidir: la autorrealización personal y la lucha interior por convertir la experiencia en un triunfo interior. En este caso nadie puede arrebatarle la confianza ya que él es el último responsable de que suceda o no. La clave es responsabilizarnos de nuestra propia salvación convirtiéndola en una idea sobre la que nosotros podamos actuar.
3. La adversidad como motor de crecimiento
Esas personas olvidaban que, muchas veces, las circunstancias excepcionalmente adversas otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. En lugar de aprovechar las dificultades del campo para probar su entereza, juzgaban errónea su situación, un paréntesis inconsistente del destino. Preferían cerrar los ojos y refugiarse en el pasado. Para esas personas, la vida perdía todo su sentido.
Curiosamente la vida no necesita la tranquilidad absoluta que pensamos. Necesita cierta tensión, cierto malestar, algún mal contra el que luchar o algún motivo por el que sufrir. Esto es justamente lo contrario de aspirar a una vida sin dolor ni preocupaciones.
Evitar el dolor y perseguir el placer es un mecanismo innato, una automatización de nuestro cerebro, que nos ha ayudado durante millones de años a evolucionar. Si no sintiéramos dolor al quemarnos nuestra vida correría peligro constantemente, y si no sintiéramos placer con el sexo no nos hubieramos reproducido en primera instancia. De modo que dolor y placer son una brújula para navegar la vida y la evolución, pero no son la razón por la que vivir.
Según el autor el fin último es esforzarse y luchar por una meta que merezca la pena. Debemos buscar la tensión entre dos puntos: dónde queremos llegar y dónde estamos ahora. Este es el motor interno que nos mueve hacia adelante, hacia caminos inexplorados, hacia una mejora constante y hacia una autorrealización. Matizar que esto no significa que luchar por un objetivo nos conduzca a la felicidad, sino hacia el sentido de la vida. No debemos confundir ambos términos. La felicidad dependerá de muchos aspectos y el sentido de la vida probablemente sea uno de ellos pero no es el único ni es suficiente.
la salud psíquica necesita cierto grado de tensión interior, la tensión existente entre lo que se ha logrado y lo que hay que conseguir, o la distancia entre lo que uno es y lo que debería llegar a ser. Esta tensión es inherente al ser humano y, por tanto, indispensable para el bienestar psíquico. No hay que amedrentarse, pues, al confrontar al hombre con el sentido de su existencia. Únicamente así despertaremos la voluntad de sentido del estado de latencia. Considero erróneo y peligroso para la psicohigiene dar por supuesto que el hombre necesita, ante todo, equilibrio interior o, como se denomina en biología, «homeostasis»: un estado sin tensiones, en equilibrio biológico interno. Lo que el hombre necesita no es vivir sin tensión, sino esforzarse y luchar por una meta que merezca la pena. Vivir sin tensión a cualquier precio no es un proceder psicohigiénico; beneficia más sentir el apremio de un deber o la urgencia de una misión por cumplir. Releguemos la «homeostasis» y situemos en primer lugar la «noodinámica» (en lenguaje logoterapéutico): la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión bipolar, en el que un polo representa el sentido que se ha de cumplir y el otro corresponde al hombre que debe cumplirlo.
No debemos evitar la adversidad, sino enfrentarla, porque sin tensión lo que aparece no es la felicidad, sino el aburrimiento. El significado de la existencia está en el crecimiento y para crecer necesitamos un reto.
No es ninguna sorpresa que la gente que alcanza la libertad financiera a una edad temprana a menudo sufra un vacío existencial, o que las personas mayores, a las que no dejamos hacer nada por miedo a que se hagan daño, acaben en un estado de hastío crónico. Tampoco debería desconcertarnos que tantas veces nos encontremos complicando las cosas más de lo que deberíamos y buscando problemas donde no los hay.
El vacío existencial se manifiesta sobre todo en un estado de tedio. Entendemos hoy mejor a Schopenhauer cuando decía que la humanidad está condenada a oscilar eternamente entre la tensión y el aburrimiento. De hecho, el hastío genera hoy más problemas que la tensión y, desde luego, envía a más personas a la consulta del psiquiatra. En las últimas décadas estos problemas se han agudizado debido a la progresiva automatización, que ha incrementado el tiempo de ocio de los trabajadores. Lo penoso de esto es que quizá muchos no saben qué hacer con tanto tiempo libre
La conclusión es que, aunque tenga sentido buscar la ausencia de dolor y maximizar el placer, no lo tiene buscar el sentido de la vida en este comportamiento. En cambio, en la lucha por aquello que merece la pena, enfrentando la tensión y la adversidad, podemos encontrar (a pesar del dolor y el placer) un valor existencial.
Dicho esto, ¿qué es aquello por lo que merece la pena luchar? La respuesta la encontrarás en la segunda parte de este artículo.
Espectacular disección del maravilloso libro de Frankl… me ha llamado la atención especialmente lo que dices sobre la gente mayor…”a las que no dejamos hacer nada por miedo a que se hagan daño, acaben en un estado de hastío crónico” mi padre ha muerto hace poco y no paraba de decirme lo mismo, que le dejáramos hacer cosas, que era mejor que se cayera y se rompiera algún hueso que entrar en el hastío… pobre, que pena me da no haberlo entendido antes 😞😞😞. Deseando leer el segunda parte. 🤍
Sublime 🥰