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David Foster Wallace era un escritor estadounidense que tuvo especial reconocimiento por su libro “La broma infinita”. Sin embargo, hoy muchos de nosotros lo recordamos por el discurso de graduación que hizo en Kenyon College en 2005, que más tarde se publicó como libro con el nombre “Esto es agua”.
Leí este libro hace tiempo, en ese momento no supe entender todo los aprendizajes que transmitía ya que, aunque es un discurso de graduación, habla principalmente de la vida cómo adulto y por aquel entonces yo aún estaba en la universidad.
Sin embargo, hace poco
publicó el texto completo en su newsletter Kapital, y me dio así la oportunidad de releerlo y extraer de él mucho más que en mi primera lectura.La idea principal es la siguiente…
Todos los humanos tenemos una configuración “predeterminada” en nuestra forma de pensar y percibir el mundo.
Esta configuración la damos por sentada, tan por sentada que se convierte como el agua para los peces, algo que no saben distinguir ya que viven rodeados de ella.
En su discurso, David Foster Wallace nos propone tomar conciencia de cómo queremos ver las cosas en lugar de dejar que esta configuración nos lo dicte.
Como reflexión final, destaca que la forma de educación más importante, la que nos da la verdadera libertad, no es la que amplía el conocimiento sino la que modifica nuestra forma de pensar para ser capaces de vivir conscientemente.
Es sobre el verdadero valor de la educación, que nada tiene que ver con calificaciones o títulos, sino con la simple conciencia, la conciencia de lo que es real y esencial, tan escondida a simple vista alrededor nuestro, que tenemos que recordarnos una y otra vez: «Esto es agua. Esto es agua». Es increíblemente difícil hacer esto, vivir la vida adulta de forma consciente, día sí, día también.
Esta toma de conciencia, según él, se basa en tres aprendizajes:
Tú decides cómo ver cada situación
Decide conscientemente qué adoras
La conciencia y la atención nos llevan a la verdadera libertad
1. Tú decides cómo ver cada situación
[…] todo en mi inmediata experiencia sostiene mi profunda convicción que soy el centro absoluto del universo, la más real, la más intensa y la más importante persona que existe.
David Foster Wallace aborda el tema del egocentrismo de forma directa, arrancando de un tirón el tabu que hemos creado para esconder nuestra naturaleza más cruda.
Tú eres el centro de tu vida, no hay un solo momento en el que dejes de pensar en ti. Esto nos lleva de forma inconsciente a ver todo aquello que nos perjudica como un mal del que debemos desprendernos. Solo hay una forma de romper con esta tendencia innata: deja de pensar únicamente en ti y comienza a comprender a los demás.
Cada día nos sentimos irritados por personas que están a nuestro alrededor. A veces porque se interponen en nuestros objetivos, y no hablo de grandes objetivos profesionales, puede ser alguien que se cuela en la cola del supermercado; otras veces porque nos hieren el ego, quizás el comentario desafortunado o el tono inadecuado de un compañero de trabajo; o simplemente hay gente que nos saca de quicio sin ningún motivo.
Todas estas personas que te irritan tienen una vida, igual que tú. Sin embargo, cuando te cruzas con ellas en tu día a día, las deshumanizas, se convierten en simples inconvenientes con los que debes lidiar. La molestia y el malestar que te producen eclipsan a la persona que hay detrás.
¿Quiénes son esas personas que se interponen en mi camino? Qué desagradables que son la mayoría, estúpidas ovejas con la vista perdida haciendo cola, qué irritantes e irrespetuosas cuando hablan a gritos por el móvil mientras esperan en la cola, qué injusto que es todo: he trabajado duro todo el día y tengo hambre y estoy cansado y no puedo irme a casa por culpa de estas estúpidas personas. Por supuesto, si adopto una consciencia más progresista de mi configuración predeterminada, pasaré el tiempo en el atasco de la tarde asqueado con todas esas gigantes y estúpidas camionetas, Hummers y SUVs que queman y derrochan sus egoístas tanques de 150 litros, y puedo fijarme en las pegatinas religiosas o patrióticas que siempre llevan los más grandes y asquerosos coches, conducidos por los más feos y desconsiderados y agresivos conductores, quienes hablan por teléfono cuando deciden cortarte para avanzar seis estúpidos metros en el atasco. Y puedo pensar en cómo los hijos de nuestros hijos van a odiarnos por haber desperdiciado todo el combustible, probablemente jodiendo el clima, y en cómo de malcriados y estúpidos y egoístas y desagradables todos somos, en esta sociedad moderna que apesta
Lo que nos propone David Foster Wallace es imaginarnos que esa persona está viviendo una situación trágica. Por ejemplo, que tiene una enfermedad terminal. Es probable que no sea verdad, sin embargo eso da igual, ya que el objetivo del ejercicio no es descubrir lo que le sucede en realidad, sino volver a humanizarla. Al ponerla en una situación trágica empatizas con ella, la dejas de ver como una molestia en tu vida para entenderla como lo que es, una persona con sus problemas, igual que tú.
no podemos descartar que algunas de esas personas en un todoterreno hayan sufrido horribles accidentes en el pasado y conducir sea hoy para ellas una experiencia tan traumática que su psicólogo les ordenó que compraran una gigante y pesada camioneta en la que pudieran sentirse lo suficientemente seguras. O que el Hummer que acaba de cortarme lo conduce un padre cuyo hijo está herido o enfermo en el asiento del copiloto, y que intenta llegar al hospital cuanto antes, y que su prisa es mayor y más legítima que la mía. Realmente soy yo quien se interpone en su camino. O puedo escoger forzarme a considerar la probabilidad que las demás personas haciendo cola en el supermercado están tan aburridas y tan frustradas como yo, y que algunas de ellas tal vez tengan vidas más difíciles, tediosas o dolorosas que la mía.
…
puedes decidir ver con otros ojos a la señora […] sobremaquillada que grita a su hijo en la cola del supermercado. Tal vez ella no es así, tal vez lleva tres noches seguidas sosteniendo la mano de su marido que se muere de un cáncer de huesos, o tal vez esa misma señora es la empleada mal pagada que ayer ayudó a tu marido a resolver un engorroso trámite burocrático en un pequeño acto de bondad. Ninguno de estos casos son probables, pero tampoco imposibles. Todo depende de tu juicio
2. Decide conscientemente qué adoras
Cuando oímos la palabra “adorar”, a todos nos vienen tétricas imágenes, relacionadas con el fanatismo, a la mente. Sin embargo, todos nos movemos por una escala de valores que nos marca qué es aquello que tiene más importancia para nosotros.
Para David Foster Wallace, lo que “adoras” es aquello que se encuentra en la punta de esa pirámide de prioridades internas, aquello por lo que medirás el valor de las cosas. Es decir, todos los acontecimientos de tu vida los analizarás bajo el prisma de aquello que adores para decidir cómo son de importantes. Así que, tomar conciencia quiere decir ser capaz de elegir tú mismo qué es lo que quieres que se encuentre entre esos pocos valores elegidos.
La única verdad en mayúsculas es que tú decides cómo intentarás ver las cosas. Esto, afirmo, es la libertad de la educación verdadera, aprender a equilibrarse. Tú tienes que decidir qué tiene sentido y qué no, tú decides qué adorar. Porque aquí hay algo raro aunque cierto: en las trincheras del día a día de un adulto no existe tal cosa como el ateísmo, no existe tal cosa como no adorar. Todo el mundo adora. La única elección que tomamos es qué adorar.
Si por el contrario nos dejamos llevar por, lo que él llama, nuestra configuración predeterminada, nos encontraremos adorando el dinero, el poder, la belleza o el intelecto. Ninguna de estas cosas nunca conseguirá satisfacerte.
Estos valores son espirales, te atrapan y te incitan a querer más pero nunca te llenan. Romper con esa espiral quiere decir, primero tomar conciencia de tu escala de valores actual y segundo reestructurarla de una forma adecuada para darle importancia a aquello que realmente la tiene.
Si adoras el dinero y los bienes materiales, si eso es lo que consideras que tiene importancia, nunca tendrás suficiente, nunca sentirás que tengas suficiente. Esa es la verdad. Adora tu propio cuerpo y tu belleza y tu encanto sexual y siempre te sentirás feo. Y cuando el tiempo y la edad lleguen, habrás muerto un millón de veces antes de ser enterrado. De alguna manera, todo eso ya lo sospechas. Ha sido codificado en los mitos, los proverbios, los refranes, los epigramas, las parábolas: el esqueleto de toda gran historia. El truco consiste en recordártelo a diario. Adora el poder y te sentirás débil y temeroso, y necesitarás más poder sobre los demás para anestesiarte de tu propio miedo. Adora tu intelecto, para ser percibido como listo, y terminarás sintiéndote estúpido, un fraude que pronto será descubierto. Lo insidioso de estas formas de adoración no es que sean malignas o pecaminosas: es que son inconscientes. Son configuraciones predeterminadas. Son el tipo de adoración que gradualmente te atrapa, día tras día, haciéndote más selectivo en lo que ves y en cómo mides el valor de las cosas sin nunca plantearte lo que estás haciendo.
3. La conciencia y la atención nos llevan a la verdadera libertad
Si la libertad consiste en elegir de forma consciente las cosas importantes, la siguiente pregunta es, ¿cuáles son esas cosas importantes? Como decíamos, no tiene nada que ver con el dinero o el intelecto, sino con las personas. Lo importante es ser capaz de preocuparnos y sacrificarnos por los demás. Pero no hablamos de grandes hazañas, ni de demostraciones de sacrificio extravagantes, todo lo contrario, hablamos de pequeños gestos del día a día: de decidir conscientemente cómo hablarás a aquella persona que está colándose en el supermercado, de sonreír a alguien que te ha respondido en un tono antipático o de empatizar con la persona que se te cruza en la autopista sin poner el intermitente.
Pensamos que la bondad consiste en hacer un gran sacrificio puntual, es un concepto muy romántico que hemos robado de los libros y las películas. Sin embargo, si sumas todas las oportunidades que tienes de hacer esos pequeños gestos, te darás cuenta de que el grueso está ahí. La utilidad real para hacer el bien se encuentra en la suma de lo insignificante, de lo imperceptible.
Es decir, probablemente lo importante no sea ese voluntariado que hiciste un verano, sino sacar algo de tu nómina cada mes a pesar de que nadie lo vea; ni tampoco sea hacer una charla TED motivacional, sino tener una buena actitud cuando, por ejemplo, te cancelan un vuelo. No me malinterpretes, puedes hacer todo esto si te apetece, pero para ayudar a los demás no hace falta esperar la gran oportunidad, no necesitas colgarlo en instagram, solo necesitas empatizar, ser amable, hablar bien, sacrificar algo de comodidad, hacer un pequeño gesto tras otro hasta llenar tu día.
[…] por supuesto, hay diferentes tipos de libertad, y del tipo que es más preciado poco la escucharás en el gran mundo exterior de deseo, logro y alarde. El tipo de libertad que es más importante implica atención, conciencia, disciplina y ser capaz de preocuparse por otras personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, realizando miles de pequeños y nada atractivos gestos todos los días. Esa es la verdadera libertad. La alternativa es la inconsciencia, la configuración predeterminada, la carrera de la rata, la constante sensación de haber tenido y perdido, en el infinito.
Esta es la clave de todo el asunto, la libertad real consiste en saber frenar la inercia inconsciente, el mecanismo automático con la que nuestro cerebro toma decisiones para poder tomarlas de forma racional.
Me ha gustado mucho! Voy a compartirlo con un par de personas a las que creo les hará también bien. Gracias!!
qué lectura tan interesante . . me apunto este libro en mi lista . . me ha parecido un libro casi de lectura obligada para cualquier ser humano . . ojalá el mundo vaya avanzando en esta dirección y seamos cada vez personas más conscientes y más despiertas . . entre todos, sumando poquito a poco, podemos llevarlo en esa dirección